Lo nuevo
Entró, me saludó y me preguntó cómo estaba ese día. Se sentó a mi lado y me sonrió, mientras me contaba que jamás se hubiera imaginado que yo tenía un corazón de plástico. Según su experiencia, somos varios los que pasamos por ese trance y eso nos hace especiales.
No pude dejar de mirarlo, aunque secretamente quise bajar la vista.
El corazón de plástico no podía parar de latir a un paso acelerado. Tampoco podía dejar de hacer ruido, que casi nos ensordecía.
En ese instante, me miró fijo.
No hizo falta que le diga nada: entendió que lo sucedía y sonrió, pero sin mostrarme los dientes.
No sé cómo, pero – como pasa cuando sucede- me dio un beso y le correspondí.
Era dulce y fue como si… como si ya nos hubiésemos besado con anterioridad. Sólo que esta era la primera vez.